Amo a las aves (salvo cuando me despiertan de madrugada o cagan sobre el auto). De hecho, hace muchos años escribí un poema en el que reencarnaba en pájaro para ir cagando por aquí y por allá sobre lo que me parecía indeseable, fueran políticos, el vaticano o no recuerdo qué más. Estas criaturas han sido un tema recurrente en mis collages, simbolizan obviamente el vuelo y la libertad, pero también ese existir primitivo que las remonta a cuando eran dinosaurios… ¡si es que las aves evolucionaron de los saurios! Pienso en un verso de Jacques Prévert donde asegura “aprendí muy tarde a querer a los pájaros”. No fue mi caso, sin embargo desde que recuerdo nunca me han gustado estas criaturas atrapadas en jaulas, así que ¡ábranlas! Hace muchos años solía fotografiar animales muertos que hallaba al paso, incluso guardaba uno que otro en formol. Nuestra perrita Pixie cazó a dos que tres aves, mismas que “eternicé” cortesía de mi taxidermista de confianza (a una le pegué un sagrado corazón de Jesús). Para este collage usé la fotografía de un cadáver alado que tomé hace como tres años. Conforme lo trabajé, opté por colocar un ojo entre el pico del ave, imagen que me recordó una pintura de Arturo Rivera titulada “El veedor”. También vino a mi mente un verso tremendo de René Daumal: “desmenuzo mis dedos sobre el césped marchito / para atraer a los pájaros muertos”. De alguna manera, en este collage las aves muertas –que hacen de “collar”– reciben la sangre del vidente, o bien, el vidente recibe la sangre de los pájaros. ¿O serán aves vampiro? Dale de beber al sediente…