A LA ZONA DE PROMESAS
Cuánta razón tiene Richard Dreyfuss cuando concluye en Stand by Me que no hay amigos como los que tuvimos en secundaria. Uno de ellos fue Gustavo Cerati. Era 1987 y “Persiana americana” funcionaba cual himno a la masturbación para quienes andábamos como animalitos en celo, entre el arrimón y el consumo de porno suave.
Poco después, el cuarto disco de Soda Stereo, Doble vida (1988), producido por Carlos Alomar, los convirtió en la mejor banda en español del planeta. A partir de 1990, esperar el siguiente disco de Soda y la respectiva gira con escala en México se volvió una parte importante de la vida de muchos adolescentes. Por aquellos años, la santísima trinidad de nuestra religión era: cerveza, rock y mujeres (aunque no las tuviéramos). “Ella usó mi cabeza como un revólver” era una de tantas oraciones que no pocos latinoamericanos santificábamos con tragos de cebada y Jack Daniels. “La tarde está cayendo en tus ojos…” “Come de mí, come de mi carne…” “Somos prófugos los dos…” ¿A quién no se le antojaba irse al carajo de la mano de esa morenaza del salón?

[Aquí hago una pausa para escuchar “Zona de promesas” con lágrimas en los ojos]

En 2007 volví a saltar como prepo en el Foro Sol durante la gira Me verás volver. Maldita juventud eterna. Ahí estábamos mi primo, mis hermanos, algunos amigos… Bebiendo whisky que pasamos de contrabando, con cerveza en mano y recuerdos a discreción que cruzaban por la mente a manera de touch screen. Para muchos era su primera vez ante la banda argentina. Para muchos otros, como en mi caso, era la sexta o séptima. Había asistido al mítico mano a mano Soda Stereo-Caifanes en El Palacio de los Deportes en 1991. Sufrí de pena ajena cuando La Lupita le abrió a Soda en el Juan de la Barrera para presentar el Dymano. Incluso, con mi primo y mi hermano nos tocó volar con “Planeador” en la gira de despedida del grupo en 1997. Todo está en las venas.

Zeta Bosio y Charly Alberti siempre fueron insustituibles en Soda Stereo, pero Cerati era el genio. Un guitarrista virtuoso (¡Daniel Melero dijo “es un gran bajista”!) que estuvo siempre atento a la música más revolucionaria dentro del pop. Escuchó (y hasta se fusiló) a Ride, como notara mi carnal, y a bandas del llamado shoegaze de principios de los noventa. Pero apenas asimiló ese género, compuso el Dynamo, un discazo que influyera a bandas como U2. Años antes absorbió lo mejor de The Police y Echo and The Bunnymen, de su mentor Luis Alberto Spinetta y de tantos otros músicos… Y poetas.
Porque Cerati era, en sus momentos de inspiración verdadera, un letrista magistral. “La inspiración existe” dijo Antonin Artaud, poeta que hoy 4 de septiembre cumpliría 128 años. Y en Gustavo era notable el dominio del alfabeto. Sí, Cerati abusó de los juegos de palabras e incurrió en clichés de todo tipo, pero no hubo disco de Soda o en solitario que no dejara versos estupendos. Cuando has fumado “las largas pipas de la paciencia” para encontrar al final del túnel un amor que has esperado por años, sentencias como “sacudiste las más sólidas tristezas” te remueven las tripas. En el tema “Vivo” nos canta “por aquello que dejé en la lucha” sólo para decirnos –con la mayor belleza posible– que, pese al dolor que cada quien pudiese vivir, hay unos ojos dulces al final del túnel.

CERATI, SEX SYMBOL EL CABRÓN
“En la ciudad de la furia”, MTV Unplugged, 1996. Cerati es un dios del rock que se divierte con la guitarra. La hace suya. Es su arma, su dama, su todo. Ahhhh… suspiro de recordar cuántas veces escuchamos esa canción, cuántas veces terminó aquel disco –nada unplugged– como portavasos en aquellos años en los que la desesperanza de la juventud está llena de esperanza. Si la sensualidad existe, esta versión pertenece a su banda sonora. Al igual que “Sweet sahumerio”, “Planta”, “Entre caníbales…”.

He soñado a Cerati varias veces. En ocasiones, me tocó escuchar en vivo a Soda Stereo o ser testigo, junto a unos cuantos fans, de una canción nueva. En otros sueños sólo aparecía él. Recuerdo vagamente un sueño en el que mi primo, mi hermano y yo (fanáticos perennes del maestro) nos lo topábamos en la calle de una ciudad sin nombre. En el sueño (de hace 10 o 12 años) nos acercábamos a platicar con Cerati; conversábamos un poco sobre su futuro cuando, guitarra en mano, Gustavo decía que nos cantaría una canción de despedida… estaba listo para irse.
Desde que en mayo de 2010 sufriera un accidente cardiovascular, no fueron pocas las veces que lo declararon muerto (sin hablar del escarnio humoroso que fluyó en las redes). Poco importa ya tratar de entenderlo, sólo queda el amor brutal, profundo y tal vez egoísta de su madre por mantenerlo con vida. “El reloj marcó la hora del final…” dice Gustavo mientras escribo estas palabras. “El secreto entre los dos”, entre todos los que amábamos y seguiremos amando al amigo Cerati, “es que nunca volverá”. En la vida van y vienen amigos, van y vienen amores, trabajos, discos, borracheras, películas, dioses y diosas… Pero cuando muere alguien ligado a nosotros es cuando resulta tan terrible la palabra nunca.

Cuántos sonidos, cuántos acordes, cuántas palabras, cuánto corazón… Despido este pequeño homenaje al hombre alado escuchando el tema “A merced”. Se trata de una balada etérea del Amor amarillo (1993) que nos hace recordar que “no hay solución fuera del amor” ni droga más poderosa en este planeta en agonía que los ojos de una mujer.
“La poesía es la única verdad”.

–Septiembre de 2014-2024