Comencé a leer al Marqués de Sade hacia 1992 o 93, después de hallar un par de antologías en una librería extinta de Texcoco. En aquellos años, los surrealistas –vía Octavio Paz– me llevaron al divino marqués, a Rimbaud y a Lautréamont. Sé que los excesos de Los 150 días de Sodoma, la libertad de Julieta y la hipercivilidad propuesta en La filosofía en el tocador me influyeron de alguna manera. No la literatura, bastante regular, sino las (horribles) posibilidades humanas que tan bien retrata Alejandra Pizarnik en su texto sobre Erzsébet Báthory. Por aquellos años vi La edad de oro de Luis Buñuel, donde Jesucristo es confundido nada menos que con el Duque de Blangis, el más depravado de los personajes del marqués. Ah que Don Luis… Sade fue una influencia adscrita de la película Los conspiradores del placer de Jan Svankmajer y de artistas como Max Ernst y Salvador Dalí [vean el filme Marquis escrito por Roland Topor]. Este collage intenta recrear ese universo de dolor, orgasmo, castigo, recompensa, dogmas, placer, hipocresía religiosa y política… Sade como un Pitágoras de la lujuria dispuesto a mutilar incluso su propio sexo en busca de la libertad.