Desde niño me fascinaba la figura del Minotauro y de todo monstruo mitológico, antropológico, onírico o pop. En los noventa llegué a imaginar que el Minotauro mataba a Teseo y huía con Ariadna a una isla griega. Por aquellos años leí Los Reyes, de Julio Cortázar, obra de teatro en la que presenta a un Minotauro que con cierta sabia melancolía dice: “A solas soy un ser armonioso”. También leí La casa de Asterión, de Jorge Luis Borges, y su número infinito de puertas y ventanas. Hace unos 20 años trabajé este collage análogo: a una dama victoriana le puse una cabeza de toro tridimensional que “el azar” trajo hasta mí; la vislumbré como la hija de aquella pareja mitológica. Hija rebelde, indeed. También escribí e ilustré –algunos años después– un cuento para niños en el que el Minotauro logra huir de su prisión… Todos tenemos nuestro propio personal labyrinth. Our own personal Minotaur!

Hace unos días comencé esta nueva versión del hijo de Pasífae que aun no me decido a terminar. Podría agregarle alas, pero recuerdo que en alguno de sus libros Gaston Bachelard escribe que las alas en los sueños son un símbolo racional. Es decir, no hacen falta para volar y este tauro se halla en estado onírico permanente fumando gitanes y soñando con Ariadna…

Hay miles de palabras y dibujos del Minotauro por descifrar en los muros del laberinto. Hay una cava de vino tinto y mezcal. Hay un corazón al final del túnel, al final de ese laberinto con graffitis donde se lee:
“Solo hay un medio para matar los monstruos: aceptarlos.”

[disponible como art print]